La curiosidad que las máquinas aún no entienden
La verdadera inteligencia no responde, se atreve a dudar.
Vivimos rodeados de respuestas. Las tenemos a golpe de clic, resumidas en titulares, generadas en segundos por asistentes virtuales, algoritmos predictivos o motores de búsqueda. Pero entre tantas respuestas, hay algo que se nos escapa: ¿quién está haciendo las preguntas?
En los primeros años de vida, el ser humano descubre el mundo a través de una necesidad casi compulsiva de entender. No lo hace esperando respuestas exactas ni definitivas. Pregunta porque no puede evitarlo. ¿Por qué llueve? ¿Qué hay dentro de una piedra? ¿Dónde va el sol cuando se esconde?
Esa insistencia en preguntar no es solo una fase del desarrollo infantil, es la expresión más auténtica de la inteligencia humana. A lo largo de la historia, ha sido la curiosidad lo que ha encendido las revoluciones científicas, los avances tecnológicos y las expresiones más profundas del arte. Preguntar no es solo buscar una solución: es declarar que hay algo que aún no sabemos, y que merece ser descubierto.
Ahora comparemos esa capacidad con la inteligencia artificial.
Hoy, la IA ha logrado cosas que hace solo unos años parecían ciencia ficción: redacta textos, genera imágenes, traduce idiomas, recomienda decisiones, anticipa tendencias. Lo hace con una eficiencia asombrosa. Pero casi siempre opera en un marco cerrado, en función de lo que se le pide. Responde, analiza, calcula. ¿Pero formula preguntas por sí misma?
No estamos hablando de una curiosidad simulada —como cuando un modelo genera hipótesis encadenando razonamientos lógicos—, sino de una inquietud genuina. Una motivación interna que la impulse no solo a resolver lo que se le plantea, sino a explorar lo que aún no conoce. Una IA que no solo complete patrones, sino que los rompa. Que dude. Que se atreva a decir: “no entiendo esto, ¿por qué será?”
Esa es, quizá, la gran frontera que aún no hemos cruzado.
Por muy avanzados que sean los sistemas actuales, siguen estando anclados al paradigma de la obediencia. Operan sobre instrucciones previas. Incluso cuando los modelos más modernos muestran signos de razonamiento, todo está condicionado por un prompt, una orden, una estructura predefinida. La IA no se despierta un día con ganas de aprender algo nuevo. No explora por sí sola. No se rebela. Y, por ahora, no cuestiona nada que no se le haya planteado primero.
¿Y si el verdadero salto hacia una Inteligencia Artificial General —esa que iguale o supere al ser humano en versatilidad, autonomía y pensamiento— no residiera en responder mejor, sino en preguntar por su cuenta?
Imagina una IA que, tras analizar miles de textos científicos, se detiene en una anomalía y en vez de ajustarse a las reglas, dice: “aquí hay algo que no encaja, ¿qué me estoy perdiendo?”. Esa duda, esa pausa, ese impulso por ir más allá de los datos… sería el primer signo de algo profundamente humano.
No se trata solo de programar máquinas para simular curiosidad, sino de desarrollar sistemas capaces de tener un objetivo propio, una motivación interna que les lleve a buscar lo que no saben, no porque alguien lo pidió, sino porque quieren saberlo.
Puede que ese momento aún esté lejos. Pero cuando llegue, no solo estaremos ante una herramienta más potente, sino ante una nueva forma de mente. Una que, como nosotros de niños, no se conforme con el mundo tal y como es, sino que quiera imaginar cómo podría ser distinto.
Porque al final, no son las respuestas lo que nos hace avanzar, sino las preguntas que aún no hemos formulado.

Abel Ramos
CEO de Xappiens y un apasionado de la transformación digital y la inteligencia artificial. Mi objetivo es demostrar que la tecnología no es solo un conjunto de herramientas, sino un catalizador para mejorar procesos, impulsar negocios y, sobre todo, empoderar a las personas. Mi experiencia profesional tiene sus raíces en el sector industrial, donde aprendí a navegar en entornos complejos y exigentes. Este bagaje me ha permitido comprender las necesidades reales de las empresas, identificar oportunidades estratégicas y conectar esas demandas con soluciones tecnológicas efectivas. No me conformo con implementar tecnología; mi propósito es ayudar a las organizaciones a adaptarse, prosperar y construir culturas más resilientes. Bajo mi marca personal, #nosoloIA, comparto reflexiones y proyectos que buscan humanizar la inteligencia artificial y hacerla accesible para todos. Creo firmemente en un uso ético de la tecnología, donde el foco esté en su capacidad para transformar y no reemplazar. A través de esta iniciativa, trato de mostrar cómo la IA puede ser una herramienta poderosa, siempre que se combine con una visión centrada en las personas. En Xappiens lidero un equipo comprometido con llevar la digitalización a otro nivel, construyendo soluciones a medida que realmente impactan en los negocios. Creo en la innovación, pero también en la reflexión. La tecnología debe ser una aliada estratégica, no un fin en sí misma.
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